Diciembre del 2000. Iglesia Evangélica Bautista de San Justo.
Llegó el día. Se termina el jardín para mí. Disfruté el preescolar. Me gustaba ser de "los grandes". Me preocupa primer grado. Me imagino muchos chicos altos cargándome por ser gorda. Como cuando la seño de gimnasia me dijo "Stephie Grasa".
Todos ensayamos meses para este acto. Vamos a cantar una canción y yo soy la solista. Practiqué muchas veces con mi mamá en mi pieza. Me dijo que cuando esté cantando la mire a ella.
Mi abuela me hizo el vestido más lindo y canchero del mundo. Fui a la peluquería; le pedí a Oscar que me corte el pelo como lo tiene "la Sole", pero me hizo un desastre. Lala dice que parece cortado con un hacha. Pero ya no se puede hacer nada.
Empieza el acto. Soy una de las abanderadas así que estoy en el escenario desde el principio. Todo lo que pasa me da igual hasta que la seño me dice que deje la bandera y me prepare para cantar. Mis compañeros se ubican atrás. Yo adelante, con un micrófono para mí solita. Todos me están mirando. Me siento importante y eso me gusta. Pero estoy nerviosa, me tiemblan las manos y no quiero que nadie se de cuenta. Siempre me dicen que soy tímida y eso me hace sentir peor. Siento que ya me puse colorada. Tengo miedo de olvidarme cuándo empezar a cantar; tengo miedo de olvidarme la letra; tengo miedo de desafinar; tengo miedo y lo quiero disimular... Busco con los ojos a mi mamá. La encuentro en la primera fila sonriéndome. Ya me siento mejor.
Empieza la música. Sigo mirando fijo a mamá. Me indica cuando entrar y empiezo a cantar... Ya pasó lo peor. Lo estoy disfrutando. Después de un rato miro a la gente. Lloran y no entiendo bien por qué.
Terminó la canción. Creo que salió linda. Todos me están aplaudiendo de pie.
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