Dejo copular mis miserias en un cuarto oscuro de mi mente. Así, cada tanto doy a luz nuevas penas. Orgullosa, las veo crecer. Las cuido, las alimento, les doy toda mi atención. Ocasionalmente, llega el día en que son más fuertes que yo. Lo suficientemente fuertes como para intentar matarme. Ya no aceptan la comida que les doy, quieren alimentarse de mí. Y yo las dejo. Solo en la agonía, sin querer, soy capaz de destruirlas. En una paradoja salvadora, se ahogan en las lágrimas que ellas mismas conciben.
(Pero también me ahogo yo)
Tengo que parar